lunedì 2 novembre 2009

Sangue e Sperma.

Si quería desarollar mi imaginación personal, antes que nada debería librarla de la tiranía del peso. Por su fuerza de atracción, el planeta estaba siempre presente en el cuerpo diciéndome: "Eres mío, de mí vienes y a mí llegarás". Sentí que lo más que pesaba era la sombra. Me llené de ella, una materia densa, dolorosa, agobiante. Colmé mis piés con su negrura, luego las piernas y el resto del cuerpo. Cuando fui una piel rellena de alquitrán, inspiré lo más profundo que pude y espiré el magma de mis pies rellenándolos esta vez de luz. Vacié mis piernas, mis brazos, mi tronco, mi cabeza y fui un pellejo colmado de resplandeciente energía. Me sentí liviano, cada vez más liviano. Me pareció que si daba un paso iba a saltar veinte metros. La ausencia de sensación de peso me llenó de alegría, de ansia de vivir, me hizo respirar profundo. Ya no tenía el espiritu invadido por desperdicios psicológicos, dolorosas serpientes de sombra. Tuve ganas de vestirme y salir a caminar. Así lo hice. Eran las cuatro de la madrugada. El barrio obrero, con sus faroles vacíos estaba casi sumido por las tinieblas. Sintiéndome tan luminoso como la luna, marché dando de vez en cuando agradables saltos. De pronto vi aproximarse a tres individuos de mala catadura. Prudente, cambié de vereda. Ellos, al ver mi movimiento defensivo, se abrieron en abanico. Uno sacó una macana, el otro un cuchillo y el tercero una pistola. Me lancé a correr hacia la calle San Pablo, arteria central del barrio por donde pasaban tranvías y había aún la posibilidad de encontrar un bar abierto. "Detente huevón!" gritaron. Lancé una llamada de auxilio que sonó como un chillido de puerco en el matadero. ¡Ninguna ventana se abrió! ¡Ninguna puerta! Allí iba yo, el ex ingrávido, galopando más pesado que el paquidermo, bajo el indiferente firmamento, luciendo en mis pantalones la huella fecal del miedo. Con el dolor de la dignidad pulverizada, deposité mis esperanzas en llegar el la calle central. ¡A diez metros de ella vi que estaba oscura! Entonces vencido, entregado, temblando, me detuve y esperé a los bandidos. ¡Llegaron junto a mí y de un puñetazo en el ventre me lanzaron al suelo! Con calma agónica les rogué que no me mataran, que se llevaran todo, porque yo era un poeta. Me registraron los bolsillos, extrajeron un arrugado billete de estudiante. Después de observarlos con minuciosidad me los devolvieron, junto con el dinero, saludaron y se fueron diciendo que eran policías, que me habían confundido con un ladrón. "¡Joven, para otra vez no huya, porque se hace sospechoso!" Adolorido, en cuerpo y alma, llagué a San Pablo. ¡Allí, a la vuelta de la esquina, en una cafetería alumbrado por una lámpara de gas, un grupo de personas jugaba a las cartas! ¡Con unas cuantas zampadas habría estado a salvo! ¡Si hubieran sido en verdad asaltantes, podrían haberme degollado por entragarme así, como una res, a unos pasos de la salvación! ¡En ese mismo instante juré que siempre mantendría mi esfuerzo hasta que no me quedara una gota de energía y que nunca abandonaría una obra empezada hasta haberla terminada!

A. Jorodowsky

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